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Singlehood: Levanta la mano si te has sentido personalmente victimizada por San Valentín

  • Foto del escritor: Ana Sofía de la Cámara
    Ana Sofía de la Cámara
  • 19 feb
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 26 mar


Nunca he sido muy buena para llevar el control del tiempo. Durante las vacaciones de verano, me tomaba unos días para olvidar por completo qué día era. Cuando me daba cuenta de que lo había olvidado, usualmente al mirar por la ventana del coche con la frente presionada contra el cristal frío, sentía como mis cachetes se convertían en manzanas y mis labios se curvaban; al fin estaba libre.


Ahora que no he trabajado en un empleo regular de 9 a 5 desde hace poco más de un año, tengo una vaga idea de los días de la semana a través de las flores. Siempre me han encantado, y con la flexibilidad del tiempo, comprar flores se ha convertido en una rutina constante. Las rosas inglesas son de mis favoritas. Son femeninas, pero un poco desordenadas, al estilo Alexa Chung. Los tulipanes también me encantan; me tomó un tiempo agarrarles el gusto porque pensaba que tenían un aire demasiado “clean girl” de 2020, hasta que de repente dejé de sentirme así. ¿Así es como funcionan las tendencias?


Los domingos o lunes, camino a mi puesto favorito en la calle y diseño un ramo con la ayuda del florista, claro, guiada por cuánto dinero me siento cómoda gastando esa semana. Llego a casa y armo mi arreglo, cortando y colocando los tallos cuidadosamente. Los primeros pétalos caídos me dicen que el final de la semana laboral está cerca. Rápidamente los tiro como si quisiera alargar la vida de mis flores. Pero el tiempo no se puede detener, y pronto se desvanecen como los tonos del cielo después del atardecer. Hay una belleza apagada en las flores de una semana que casi prefiero.


“Me encanta que no te importe y te compres flores,” me dijo mi mamá hace unos años. Ouch. Lo había visto como un capricho, pero no algo de lo que estar orgullosa.


Poco antes del Día de San Valentín de hace un par de años, salí a correr como lo suelo hacer, de vez en cuando, alrededor de Chapultepec. Me encanta ver a los vendedores preparando sus puestos, esperando a las multitudes que llegan al mediodía.


Un puesto cerca de la entrada tenía la mejor selección de peluches. Sus cuerpos de felpa, crucificados, se alineaban en una rejilla de alambre. Pero la mezcla de colores parecía distinta esta vez. Empapados en rosas y rojos, algo estaba diferente ese día. “Oh, casi es San Valentín,” me di cuenta. Los clásicos osos de peluche con corazones rojos llamaron mi atención. ¿Son clásicos o retro? Me pregunté mientras hacía un giro brusco.


Mi mente vagó instintivamente por mis archivos mentales, recordando las flores de clavel y las paletas que los niños se regalaban el Día de San Valentín en la secundaria. Recuerdo haber enviado y recibido algunos, pero nunca de un niño.


Pasé la página y enfoqué mi atención en las ferias que había visitado en la prepa. Los enormes peluches que los niños ganaban para sus novias eran los mismos que recuerdo en las camas de mis primas grandes o de las amigas de mi hermana mayor. Me contaban todo sobre sus peluches, cómo sus novios o exnovios realizaban el ritual de cortejo a principios de los 2000.Me pregunto cuándo me tocará a mí,” se preguntó una pequeña voz. Ya sea por el ejercicio o por estos pensamientos, una sensación cálida pero punzante recorrió mi estómago, hundiéndose, como ahora mismo. A través de películas, la tele y libros, había vivido de manera vicaria el recibir flores, osos y chocolates tanto que no había notado que nunca había recibido ninguno propio.



Luego, como una bola de boliche, la realización cayó sobre mi dedo metafórico del pie. ¡Nunca me han intentado conquistar! Ni flores, ni tarjetas, ni osos gigantes.

Los shots en bares y las cenas no cuentan; esos no son regalos, sino más bien, como monedas en un parquímetro... una forma de pasar el tiempo. Me repetí la verdad como un castigo. Intenté reírme de la trágica revelación, pero esta falsedad interna pronto se rompió, y las pequeñas lágrimas se mezclaron con mi sudor.


Este San Valentín otra vez llegó, y como cada año, no es un día que tema, sino uno que de repente se acerca de sorpresa y me susurra al oído, “Estás soltera, oh tan soltera.”


He estado fuera de la ciudad unos meses. Me uní a las vacaciones extendidas de mis padres, ya que no tenía trabajo de oficina esperándome en casa. Así que aproveché la oportunidad para intentar postergar mi miedo existencial de “¿qué estoy haciendo con mi vida?” y enfocarme en la investigación antropológica, lo que significa que he salido a muchas citas.


Estas citas, aunque lleven un cierto je ne sais quoi, como el resto de mis encuentros románticos, no han florecido en algo que consideraría real. De pequeña, mi mamá, tías y amigas más grandes me aseguraban que “sucedería” cuando menos lo esperara. “Cuando seas mayor, no hay prisa,” decían. Obviamente no tenía prisa ni me preocupaba demasiado, porque heme aquí, apenas dándome cuenta de todo. El día después de San Valentín, le pregunté a mi mamá si había algo raro en mí. Sé que este es un terreno peligroso, pero en algún momento, la perspectiva de un externo puede ser beneficiosa, aunque mamá está tan lejos de ser una externa como se puede.


El día de San Valentín, mis padres decidieron caminar un poco, y en el camino, se detuvieron en una florería como de cuento. Les había estado insinuando, o sea, exigiendo que me compraran flores, durante un par de días. Se detuvieron en la tienda ideal, pero pronto sonrieron educadamente y se fueron cuando vieron los precios. Puedo imaginar la cara de mi papá cuando se dio cuenta. Pero antes de ir a encontrarse conmigo para comer, mamá notó a un chico “guapísimo” eligiendo un ramo. Intentó tomarle fotos discretas para mostrármelas después. No pude ver mucho, pero su silueta era lo suficientemente agradable como para inspirar mi pregunta. Era como la secundaria y preparatoria otra vez. ¿Era yo lo suficientemente bonita para el “niño guapo”?


“Bueno, definitivamente no es tu aspecto. No vas a recibir quejas en ese frente.” Mhhmmm... Dejé que ese pensamiento se hundiera, pero al igual que un charco, no llegó muy lejos, aunque sí logró causar incomodidad.


“¿Qué quieres decir?” Pregunté, como masoquista. Tengo la extraña costumbre de hacerle preguntas a mi mamá sabiendo que no me gustará su respuesta ni su tono. “Eres alérgica a la vulnerabilidad,” le he dicho muchas veces.


Pero ese día, en mi cama, ella estaba haciendo lo mejor que podía. “Bueno, probablemente los asustas un poco. Siempre estás debatiendo.” La interrumpí, “¡Con ustedes! No ando discutiendo con hombres al azar sobre política.” Bueno, no desde la universidad, claro.


“¿Y qué tal ese chico, L?” Preguntó mamá.


“Él estaba contando unos chistes muy groseros frente a su amigo, y yo simplemente le respondí, pero, ya sabes, de manera ingeniosa y rápida... Estaba sonriendo mientras lo decía.” Respondí.


“Creo que eso es peor,” dijo mamá.


Estaba pensando en otro ejemplo, así que me adelanté.


“¿Y ese otro chico que me invitó a su casa después de no escribirme durante semanas? ¿Qué querías que hiciera? ¿Ir toda sonriente?”


“¡No!” Dijo ella.



Ese chico, llamémoslo el Hombre de la Música (ya que principalmente nos unía nuestro gusto por la música), fue una decepción sorprendente. Parecía muy lindo. ¡Tiene dos hermanas! Hicimos match en Bumble y hablamos sobre Natalia Lafourcade. Luego, un viernes, quedamos en ir por unos drinks. Por un extraño malentendido, terminé invitándome yo misma a su casa. Él aceptó, mientras me preguntaba en broma si debía tenerme miedo. Casi ofendida, le contesté, “Fuiste tú el que me invitó, además, soy yo la chica aquí.” Probablemente estaba confundido, así que lo dejó pasar y simplemente me mandó su dirección. Al encontrarnos, él me explicó lo que quería decir, y yo releí la conversación corta que tuvimos. Y vi que, de hecho, fui yo quien me invité. Su hermana le mandó un mensaje preguntándole cómo le fue y él contestó que no había nada de qué preocuparse: “Es adorable.” Sé esto porque me leyó la conversación. Me puse roja.

Después de más conversación y de que me pidiera bailar cuando puse “Crazy On You” de Heart, pensé, “Wow, esto es algo... no sé qué, pero es algo.”


Cuando les cuento estas historias a mis amigas, a menudo señalan lo random y románticas que son. Parezco coleccionar esos momentos, que guardo en una campana de cristal. No sé por qué no crecen en más, pero disfruto mucho mirarlos atrás. Bueno, el Hombre de la Música terminó siendo solo uno de esos lindos momentos. Después de nuestra segunda cita, que consistió en ir al cine y que él me preparara la cena, texteamos e hicimos planes vagos para vernos de nuevo. Luego, después de una breve conversación un lunes... puff, desapareció. Giré en círculos preguntándome ¿qué había dicho mal? Por supuesto. ¿Qué si mis chistes no se entendieron? ¿Lo había ofendido de alguna manera? Pero tampoco lo busqué. Mi ansiedad por saber qué había pasado perdió ante mi dignidad rígida.


Bueno, unas semanas después, resucitó. “Perdón por el largo silencio,” escribió. Luego, después de un breve intercambio, me invitó a su casa. Dijo que había estado recordándome y claramente estaba... (me cuesta decir esto de una manera aprobada por Jane Austen)... excitado. La bola de boliche cayó nuevamente. Entre su primer mensaje de vuelta del Gran Más Allá y esta invitación a las 11 de la noche a su departamento/estudio, o sea, cama, logré romantizar sus intenciones.


Le dije que su repentina reaparición, seguida de una invitación tan tarde, me incomodaba. Le aseguré que no había nada de malo en que solo quisiera tener un encuentro casual, pero que eso no era algo con lo que yo me sintiera cómoda. Mi don de la destrucción al ego de forma tan de Recursos Humanos es poderoso, dios, como extraño estar en un club de debate. Él, algo a la defensiva, respondió que no estaba buscando solo un hookup y “realmente disfrutó pasar tiempo conmigo.” Le dije que me gustaría verlo de nuevo si me invitaba a salir a un lugar fuera de su casa. Se tomó su tiempo y le dio un corazón al mensaje más tarde esa noche. Desde entonces no he sabido nada de él. RIP.


“Ya veo,” dijo mamá, mirando hacia el horizonte en busca de un nuevo territorio por cubrir en esta conversación trillada.


“¿Qué les pasa a los hombres?” Concluyó.


“No lo sé, pero estoy segura de que debe haber tipos amables, educados e inteligentes y que nos gustemos mutuamente,” le dije.


“Solo no has conocido ninguno,” y con ese punto final de mi mamá terminó la plática.


Después de la comida con mis papás este San Valentín, rodeada de un mar de parejas aparentemente felices, no voy a mentir y decir que no me sentí como una especie de perdedora. No por estar soltera, sino por sentirme como la personificación de la palabra.


Pero bueno, ¡eso no me impidió notar una oferta ese día! Vi unos hermosos ranúnculos rosados y amarillos, con más de un 70 por ciento de descuento. Así que ahí estaba yo, caminando por las calles a mediados de febrero, con mis papás y mis flores en sus ruidosos envoltorios de plástico.


Decidí adelantarme yo sola a la casa y armé mi nuevo arreglo. Luego, me metí a bañar antes de continuar leyendo La campana de cristal.


 

*Para leer la versión de Singlehood en inglés, dirígete a este link.

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